Cuando nos conocimos, estabas ocupado. Cuando te liberaste, yo estaba distraída. El universo nos separó y nos juntó. Diría que tú y yo, como las olas del mar, estamos en un continuo ir y venir.
Siempre disfrutamos cada encuentro - los planeados y los que se dan sin planear. Aún recuerdo cuando, después de 8 años sin vernos, nos topamos en aquel pequeño café. El brillo de tus ojos, ¡que alegría! Reímos como antes, como siempre. Comenzamos a surfear en este oleaje de la vida.
A partir de ese encuentro, nos divertimos: yendo al cine, tomando mezcal, teniendo largas comidas con polémicas discusiones de política y religión. Nos arriesgamos, nos ilusionamos, pero aun no estábamos listos. Lo intentamos, pero el camino nos llevó a lugares opuestos. No era el momento. La marea volvió a subir y nos perdimos, parecía que naufragábamos.
La ruleta de la vida volvió a girar - resurgiste como el ave Fénix. En un momento en el que me ahogaba, apareciste con las palabras que mi corazón necesitaba escuchar. Pero, una vez más, compruebo que vamos en distintos ritmos. Tu zarpaste y yo me quedé en la orilla. Aún así siempre tengo la sensación de una conexión especial. Ayer estuvimos tan cerca y tan lejos, unos minutos más y nos habríamos cruzado en el centro de una de las ciudades más grandes del mundo. Pero al final, únicamente fue una llamada, en la cual, como siempre me hiciste reír, reflexionar y añorar.
¿Algún día nos alinearemos? No lo sé. Seguimos en el vaivén de la vida.
Ahora, sólo coincidimos bajo la misma luna.